Hace poco tuve un
acontecimiento que me motivó a realizar ciertos cambios en mis redes sociales.
Percibí que mientras más información se publica por ahí, esta siempre estará
disponible no solo para uno, sino para todo el mundo si la privacidad que tienes
no es la mejor. Dado eso, me tomé la tarea de comenzar de nuevo con todo lo que
tenía que ver con las cosas de mi privacidad, de mis redes, de aquellas
aplicaciones en las que sé que comparto información que es meramente privada y
que no me gustaría compartir con todas las personas.
En el proceso de recomenzar,
algo particular pasó y me dio una alarma que me pareció importante compartir; la
transición debía ser rápida: borrar cuenta, abrir nueva cuenta, agregar amigos.
No llevaba dos horas entre la primera parte (borrar cuenta) y la segunda (crear
nueva cuenta) cuando ya tenía algunos mensajes en las otras redes donde me
pueden contactar. Para este ejemplo y caso particular, la etapa de cambio la
quería hacer con la red de Facebook: bastante popular y común entre los
lectores de este sencillo blog.
Los mensajes eran algo
particulares: algo como “… y no entiendo cómo
me borraste si éramos amigos. Hasta pensé que yo también lo era, pero ya veo
que no es así…” u otro que decía algo como “… yo respeto tu decisión de borrarme, aunque la verdad no la comparto.
Igual, te deseo muchos éxitos en tu vida y mucha prosperidad…”.
Y saber que mientras mas cuentas tienes y más seguidores tienes, más público eres.
Yo pensaba que podía ser más
rápido, aunque la verdad estaba en la oficina y mientras cancelaba y creaba mi
cuenta nueva, se alcanzaron a dar cuenta unas personas, como las de estos
ejemplos y me escribieron en la cuenta nueva y en otras aplicaciones. Pensé yo:
¿acaso el hecho de no tenerlos, por ejemplo, en mi Facebook, implica que ya no
están en mi vida? Yo hubiese pensado que no, pero al parecer (y es para muchas
personas) la dinámica de nuestras redes sociales se refleja en nuestra vida
real y viceversa.
En un momento pensé que era gracioso,
así que me dispuse a tratar de contactarme con los personajes en cuestión con
el fin de aclarar el mal entendido: uno ya me había bloqueado imposibilitando
el hecho de poderle responder y el otro, aunque no quería agregarlo porque en
ese momento pensé que debía tener cierta restricción de mis contenidos con
algunas personas, en un gesto algo hipócrita me dijo que no había lío, pero a
los minutos en su cuenta personal, también ‘casi’ citando uno de los argumentos
que le di, simplemente me dejó entrever que me veía como un infantil y como un
inmaduro, que se había desgastado en fuerzas por tenerme en contacto y todo
para nada: aclaro que él me habló por otra aplicación en la que no lo tenía
restringido sin ningún problema.
¡Wow, esperen, todo esto por no tenerlos en Facebook!
La gente asume que nuestras
conductas de las redes son idénticas a las de la vida real: te bloqueo, en
efecto te bloqueé de mi vida; te borró, te borré de mi vida; te agrego, ya
entraste en mi vida; etcétera. Mientras pienso en lo ridículo que puede ser esa
idea, también pensé que para otros es bastante serio y su proceder a estas acciones
son reales y trascienden a la vida real. De este personaje, tuve la oportunidad
de tenerlo cerca estos días y su reacción era predecible, no me habló y solo
saludó y se despidió en un gesto de protocolo y de cortesía espontánea. El otro
compañero lo pude ver y apenas actué amable, el también respondió, así que
asumí que él lo tomo de mejor manera.
Igual sé que muchas personas
se ofendieron por el hecho de mi acto de no tenerlos en mi cuenta de Facebook.
Supongo que aunque existe otros cientos de aplicaciones e incluso, teniendo mis
datos como número de teléfono, podían ponerse en contacto conmigo, pero así no
fue: consideraron y asumieron que no tenerlos ahí era una señal de no saber de
ellos más. Por suerte para mí, otros pocos que no tienen esa vida embebida ahí,
simplemente me ubicaron por otro medio, me preguntaron lo sucedido y ya, nada
había pasado.
Las dinámicas son muy
diferentes, además que en las vidas virtuales, uno puede ser lo que quiere ser
y proyectar lo que uno desea. Ya es de cada quien si lo que desea publicar es
real o falso y es de los demás consumidores discernir si ser algo inteligentes
al ver que realmente esta persona es o no es lo que refleja en esos espacios
web. No hubiese pensado que esa persona se disgustara tanto por ese hecho, pero
me llevó a pensar que en efecto, las personas juzgan por cosas tan bobas como
esas y que se toman muy en serio estas dinámicas que llevamos a cabo por estos
medios.
De todo esto, la reflexión que
queda es clara: asumir es juzgar a-priori, criticar sin saber es un pecado, y
pensar que las conductas virtuales deben ser iguales a la reales, es de tontos.
1 comentario:
Es cierto debemos desprendernos de todos para ser libres y felices. Y una forma es tener claro que la tecnología está al servicio nuestro, no al revés. No podemos ser esclavos de una red social o del cell o smartphone. Antes no había ni internet y se vivía feliz. No se veían legiones de imbéciles pegados a un aparato, incluso en reuniones sociales como si el otro no existiera y prescindiendo del diálogo, Hay que ser sensatos!
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