Desde unos años atrás, justamente
para la época en que pude vivir algo de independencia y lejos de casa, empecé a
cultivar mi mente en ser más tolerante y en tumbar barreras que uno se crea
debido a temas propios de la cultura y de la sociedad donde convivimos. En la
actualidad, la sexualidad es un tema que sigue generando controversia y tabú en
el público en general, pero la gente dentro del sector LGBT (y las demás
letras) deberían ser los que hubiesen madurado la idea de que las barreras de
la sexualidad, los placeres y las perversiones son umbrales más y más amplios como
la misma mente humana: es de reconocer que con el trascurrir del tiempo y de
las generaciones, el sexo y todo lo que conlleva ha superado el simple hecho de
la copulación (como acto reproductivo propio de los heterosexuales) para
convertirse en todo un mundo de posibilidades en la búsqueda del placer. Sin
embargo, reconozco que gracias a las oportunidad de haber conocido nuevas
culturas, nuevos países y nuevas perspectivas, me he dado una visión más global
sobre la sexualidad y la forma como interactuamos entre nosotros y que aun a
muchos todavía les cuesta entender: temas referentes a la perversión y el
placer, las parafilias, los poliamores, las relaciones abiertas, entre muchas
otras.
Ahora, estando soltero y
considerando dicho estado en permanencia, me he dado la oportunidad de dar
probadas a ciertos sabores que tal vez antes no había tenido el placer de
deleitar: no es una búsqueda mal intencionada sobre el amor o de justificar
algunos sentimientos con el fin de conseguir algo con alguien, pero si es el de
dar rienda suelta a la picardía que tenía escondida y que tras poder
experimentar ciertas situaciones que jamás hubiese pensado vivir, descubrí que
a lo mejor me gustan más de lo pensado.
Pero el asunto de todo esto no
está en saber qué tanto he podido hacer en el transcurso de mi vida y con quien
-o quienes- y cuantas veces lo he hecho, sino en ver que muchas veces nos
enfocamos tanto en tildar cuán mal visto puede ser algo diferente a lo
conocido, que nos encerramos en pensar que lo básico es lo necesario y que así
debemos ser felices, y nos cohibimos en descubrir nuestras barreras e incluso
nos autocastigamos si llegamos a considerar que hacer algo más impulsivo puede
ser aberrante o degenerado. Y pregunto yo, ¿acaso dichas limitaciones existen
por qué nosotros nos las impusimos, o tal vez por qué pensamos que los demás
verían erradas dichas conductas?
En una reflexión hecha y dadas
mis experiencias y lo escuchado, deduje que la mayoría de veces las
limitaciones existen pensando en los demás y sus posibles respuestas: es
irónico que todavía en el ámbito gay se piense, por ejemplo, que el gay en una
relación es pasivo debe ser el femenino o el menos masculino y por ello
entonces debamos sentir la necesidad de afirmar que al menos somos versátiles o
activos para no poder en duda la hombría de cada quien. O tal vez que las
relaciones abiertas justifican la promiscuidad, usando el término como algo
despectivo o negativo: ¿y si así se concibe la felicidad, la estabilidad, la
plenitud, y si es un tema que se maneja con responsabilidad y con protección? O
también creer que se puede juzgar si no quiere una relación, que quiere una
etapa de libertad y de libertinaje si es el caso, ¿y si lo hace consiente, y si
las cosas las deja claras desde el principio para no incomodar, para no
ilusionar, para ser concretos?
Y eso lo digo desde los ejemplos
comunes, porque si empezamos a hablar de perversiones y parafilias más
interesantes como las orgias o sexo en grupo, el voyerismo, el sadomasoquismo,
el frotismo, el cruising, entre otros el asunto es más escandaloso y con menos
posibilidades de hablar. Aunque no soy un usuario experto en dichas áreas y
otras ni las he practicado, al menos me tomé la tarea de escuchar y entender el
porqué de hacerlo y saber de experiencia de conocedores, que manifiestan que el
morbo y el placer es mayor que concibiendo el morbo convencional. Es de
entender que la mente humana no interpone límites y que la diversidad permite
explorar diferentes formas de sentir y de percibir el placer; pero lo triste es
que la misma mente humana a veces se limite en creer que solamente lo
convencional y lo políticamente correcto es lo aceptable y tachamos lo demás
como aberrante.
Estos días comentando mis
experiencias con algunos amigos y compañeros, se sorprendían y algunos se
escandalizaban al creer que uno pueda llegar a hacer cosas que tal vez son
inimaginables. El hecho es que si es posible, pero muchos anteponían el tabú
social y su manifiesto de pensar que ellos son más sanos al ser más tradicionales,
como si fuese entonces que uno fuera enfermo al poder acceder a una práctica no
tan común o no aceptada según lo establecido socialmente. He pensado que
nuestra cultura es muy tradicionalista, mojigata y también heterosexista: con
las tradiciones de por medio, los temas de la religión y parte de la cultura
machista, gran parte de la sociedad consideran aberrante el sexo entre dos
hombres, y alguna parte de la comunidad gay también lo considera así, por
cuestiones de tener una doble vida o de defender la masculinidad (vista desde
una posición heterosexual). Entonces pensemos que de ahí en adelante lo demás
será considerado incluso escatológico, como hubiese dicho alguna vez un Senador
Colombiano de una plenaria del Senado.
El problema, como la mayoría que
existen y giran en torno a estos temas, es por falta de tolerancia y de
conocimiento: obvio que acá no pretendo aprobar o apoyar una u otra práctica,
pues realmente es quienes se atreven a vivirlas los que pueden juzgar con
criterio sobre qué tan bueno o no fue, además de que cada percepción es tan
subjetiva que tal vez lo que para uno fue absolutamente placentero para el otro
fue totalmente desagradable. Sin embargo, si invito a pensar un poco antes de
juzgar sobre estos temas que para algunos serán novedad, o para otros es un
tema común y corriente. Pero no está de más, ver que nosotros somos humanos y
tenemos una razón inminente, pero también contamos con esa animal llamada
instinto, aquello que impulsa y motiva a complacer -si se puede definir así- ese
lado carnal de cada uno de nosotros.
E igual, el tema más allá de hacer o no,
es a ser comprensivos, y si al menos no nos interesa en absoluto, es el de no
lapidar o insultar una idea que parece diferente, si justamente nosotros -esa
inmensa minoría- ya no somos tan comunes que los demás. Eduquemos a ver la
diversidad como una gran propiedad humana y disfrutemos todo el abanico de
oportunidades para satisfacer nuestro cuerpo de una forma diferente y de poder
vivir nuestra sexualidad: tal vez la falta de amarnos y de aceptarnos y cuidarnos
y de disfrutar a plenitud es parte del gran problema social referente a la intolerancia
y al odio entre nosotros mismos.