miércoles, 6 de mayo de 2015

Mea culpa

Estos días me senté a escuchar historias de amor y de desamor: todos acá hemos pasado por el trance de vivir en el tiempo necesario, momentos de nuestras vidas muy dulces o muy amargos. Sin embargo, me puse a reflexionar sobre mis propias experiencias, tanto lejanas como recientes y evidencie muchos elementos comunes de los cuales quiero escribir hoy.

La gente en las nuevas tendencias hacen de su vida un elemento de uso público; espacios como estos, la tecnología, redes sociales, apps de social media y eventos donde las comunidades hacen de los grupos de personas un guetto, hacen que la vida en si se vuelva un elemento de divulgación. Todos tenemos derecho a expresar de manera libre los sentimientos que nos acogen, como una medida de recibir un aliciente por parte de los demás y como medida de ver los puntos de vista; nos importa la opinión ajena. Incluso este simple ejercicio de publicar nuestro pensamiento quiere despertar un debate así sea con una persona para llegar a una tesis, o encontrar una opinión opuesta y debatir hasta concluir: es un ejercicio inherente de los seres humanos el de llegar a conclusiones, así sean subjetivas y erradas en algunos casos. Nuestras verdades nos pueden sesgar la forma de ver las cosas: cuando nos ensimismamos sobre la verdad propia y no sobre una verdad objetiva.

Retomando el asunto de las historias propias, descubrí que hay elementos que pueden mostrarnos el futuro anticipado de un “desenlace amoroso” cuando empiezas a conocer a alguien. No es sano, pero a veces las mismas personas en su afán de mostrarles al mundo su dicha -o desdicha-  comenten un error y es el dar a entrever como son realmente después de una bella historia de amor. Las redes son un arma de doble filo en la medida que mientras más alimentas en ellas tus sentimientos, más se puede uno documentar sobre tus tendencias, ver tus formas de pensar, tus posturas ante la felicidad, la tristeza, la desdicha y los demás sentimientos que surgen a causa de una relación: es como leer un guion que te volverá predecible porque siempre emites el mismo juicio.

¿Acaso todo lo que decimos y publicamos realmente es lo que sentimos?

Miré al azar varias personas -debo aceptar que no tenía sueño y me entró curiosidad ver sus diccionarios amorosos-, además de recordar muchas anécdotas ajenas y experiencias propias para concluir estas definiciones propias del amor y del desamor común:

“Yo te quiero”: El día de hoy se besaron y ahora te quiere coger duro porque saben que esa persona ya puede ser para ti. Es estar con esa persona después de la primera cita y hablar sobre los sentimientos tan bellos que tienen cada uno, y son tan comunes y predecibles que podrían ser "especiales". A lo mejor saben que tienes un gran futuro, y te quieren a tu lado -porque te quieren a ti, pero también quieren tu dinero, tu carro, tus amigos, tu vida- por mucho tiempo. Por increíble que parezca, te demostró ser diferente a los demás -bah- y puede ser el candidato a mostrar a la sociedad.

Eres mi felicidad”: Para algunos, es estar con esa persona comprometida en una red social y darles a ver a los demás que el amor de tu vida llegó.  Es salir a comer, a ir a un evento, a algún sitio concurrido y que sepan que no estás solo, que te vieron feliz agarrado de la mano con alguien, así apenas se conozcan un par de días. Es publicar canciones que dicen demasiado pero que pierden su valor porque a lo mejor las letras dicen mucho, pero la realidad no tanto. Es saber que pasó una semana desde que se conocieron y ya se prometen una vida entera. Es cuando la otra persona se empieza a esperar con detalles simples que te entusiasman y que te revelan que el tipo puede ser amable contigo.

“Te amo”: A lo mejor a los días algo le disgustó al otro y no supiste usar otro comodín para pedir perdón de una manera sutil. Es ver que no te funcionan los trucos de siempre y quieres amarrar a la persona a tu lado, porque no te pueden ver solo nuevamente, no al menos en tan corto tiempo y después de decir que lo querías. Es salir a una cita común y corriente donde pudo haber comida simple o palomitas y gaseosa, o un par de besos y después la “supuesta química” ayudó a propiciar esta palabra tan mal usada. Es saber que tu relación ha durado más del pronóstico común -un mes, dos meses tal vez- y sientes que es quien te convence de ser el apropiado para ti. Es demostrarle a él que saber usar esa palabra para coger el atajó rápido a su corazón, haciéndole ver que sólo lo dices porque estas convencido de ello -así se te haya salido por error y ya tengas que justificar esas palabras-.

“Gracias por entrar a mi vida”: Pero no le diste otra opción: tras invadir su vida, sus espacios, todo de él, quieres que sea alguien incondicional, que de paso al lado de todo lo que ha hecho en su vida para que se enfoque en ti. A lo mejor es literal y tú eres el pasivo y bueno… él supo entrar. Lo convenciste que él necesita de ti, y que ahora todos verán cuán felices son y que durarán por siempre.

“¡No sé qué pasó!”: Pasaron apenas unos días más y descubriste que era un imbécil más, del montón: no te supo complacer en todos los gustos que tenías. No aceptó tus mil errores, los cachos que le pusiste en esa fiesta, que morbosearas a más tipos, que no te invitara a todo lo que hacías, por no dejar que se embebiera en tu vida por completo. Fue descubrir que el amor era efímero y que el sexo no fue suficiente, o porque justamente era un mal polvo -porqué tú eres un semental-. Es ver que te dejó por alguien evidentemente mejor, o simplemente por nadie más, pero los demás no pueden saber eso, así que hay que echarle la culpa ante los demás porque no toleró tu mal genio, tu desaseo, tus sentimientos impulsivos, tu desorden, tus vicios, tu falta de respeto: así dijeras que tú eres el ser perfecto para alguien, porque vales mucho -más que un billete de mil-.

“Yo soy muy maduro”: Eres mayor de edad, o ya casi tienes la cédula y eso te hace alguien experto de la vida. Miras hacia atrás y todas historias han sido un fracaso, pero la culpa es de los demás porque siempre te dejaron, o porque no supiste encajar en ellos. Eres bueno para criticar por criticar sin argumentos las vidas ajenas pero no ser capaz de verte al espejo, reconocer tus errores y corregirlos. Es ver que alguien no te presta atención o te ignora y eso lo hace menos que tu -porque tal vez en efecto eres menos persona que el otro-.

“Es que todos son iguales”: A lo mejor tú eres el mismo de siempre, por eso siempre piensas lo mismo, todas las veces, todos los intentos, con las mismas palabras, las mismas frases, las mismas indirectas… pero que culpa si no te saben comprender. Nadie te supo llegar hasta los talones -porque no pasas de ahí y es imposible sobrepasar algo que no existe-. Siempre diste lo mejor de ti, porque eso deben saber los demás, que tú eres lindo, sincero, amable y que tienes mucho por ofrecer: problemas, peleas, conflictos, estrés.

“No voy a cambiar”: Y no lo harás porque no te puedes adaptar a los cambios, a ser mejor persona, ser mejor humano, ser alguien diferente, porque los cambios cuestan y mucho. No vas a ceder, porque qué tal, ellos tienen que saber que tú eres así, y si les gusta bien y si no, de malas. No piensas dar más de lo básico y necesario por alguien, así esa persona si pueda dar más de lo justo, más de lo que mereces, o más de lo necesario así no sea evidente.

“Yo si quería, pero él no”: Tenías que durar más, porque la sociedad es dura, y que te vean solo es una pena, no puedes aceptar que eso pase y bueno, el remedio es decir que esa persona siempre te falló. Tu querías que durara más, porque faltaron más fotos de risas necesarias, falto que te vieran más personas, falto demostrarles a los demás que por muchos defectos supiste engañar y lograr atrapar a uno más, pero sostener tantas buenas impresiones es difícil, más cuando te sobran los defectos y en un punto son evidentes, y el otro sólo tiene que escapar de ti, porque no te soportó, se cansó, no podía sostener más el peso de la decepción.

Hay un afán por demostrar tanto, que en los intentos caemos y nos cuesta mirar a los demás alrededor. La gente en su afán de destruir y juzgarte, se fija en qué fue lo que pasó, pero no te dan la mano para que te levantes y sigas adelante. Pero el hacerles ver que eres feliz sea como sea, te hace rodear de gente que ni necesitas, haces cosas más por visibilizarlas antes los demás que ante quien deberías mostrarle cuanto puedes dar. Y cuando caes, ahí si quieres desaparecer, y si es muy tarde, lo fácil es culpar al otro, porque pocas veces somos capaces de aceptar que somos humanos, y que cometemos errores y que también nosotros nos equivocamos.

Es triste cuando la gente en su volatilidad cambian de estados y de opiniones rápidamente.

Todos con la sensación de llenar un espacio en nuestras vidas lo hemos hecho, pero no podemos hacer las cosas por darles a ver a los demás algo que simplemente es un interés de dos. Las falencias como los aciertos existen en todos los intentos de relación, pero en ambos casos no podemos crear ese ambiente de “felicidad eterna” para que los todos lo aprecien y después retratar la “tragedia épica” por una persona que te fallo o que no te supo llegar. Al final, quien queda mal eres tú, pues suenas a una persona que no supo manejar la situación y merece hacer ver los defectos del mundo al otro para intentar salir bien librado.

Es triste, pero la tarea por hacer es esta: la de ver siempre que tienen por decir, lo que te cuentan sobre lo que pasó antes, y bueno, tal vez con algo de concentración podrás ver más allá y darte cuenta que el no siempre es perfecto, sino que es tan imperfecto que los demás no le dan la medida necesaria para comprender su vida. A lo mejor el truco está en aceptar en tu vida alguien que se muestre imperfecto, con sus virtudes y errores, porque dicen que en el verdadero amor, tú te enamoras de sus defectos, porque esos son los que hay que saber tolerar, manejar y comprender.

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