Hoy es un gran día. Celebramos el
día internacional contra la Homofobia, la Transfobia y la Bifobia: no entraré en
detalles porque seguramente en internet existe mejor información acertada sobre
esta fecha y si aun así te da pereza consultar, pues ya lo sabes; es el día que
celebra que se haya retirado la homosexualidad como una enfermedad mental, de
acuerdo a un listado de enfermedades que tiene la Organización Mundial de la
Salud, el día de hoy (17 de mayo) en el año 1990. Ando con un poco de trabajo
en la oficina pero aun así me animé a darme un espacio, y en vez de estar
buscando pendejadas para gastar dinero en internet (estúpido y sensual Amazon), me animé a escribir algo sobre ciertas
reflexiones internas y lo que conlleva este día en particular.
Hago un pequeño paréntesis, ya
que hace dos días y gracias a la recomendación de unos amigos que viven en
Querétaro (México), y que hace apenas también un par de días tuve el grandioso
placer de compartir y de visitar —por cierto, los quiero mucho Marcos y Gil—, he
podido ver una película que me ha hecho chillar
hasta más no poder, y si, acepto ser ciertamente cursi ante algunos dramas, pero este me dejo muchos pensamientos al
aire: sobre lo que a veces hacemos en la vida, sobre cómo nos perciben los demás
siendo homosexuales—incluso recordando cómo mi familia aceptó en su momento mi
revelación de la verdad acerca mi orientación sexual—, de cómo a veces no somos
lo suficientemente responsables sobre nuestra sexualidad y de cómo el amor
puede ser lindo y cruel en cierta medida. Pero para esta entrada en particular,
hablaré sobre el momento de la lucha por defender el respeto como personas
iguales ante la sociedad.
En el marco de esta celebración, pensaba
en algo que es una triste realidad: nosotros eventualmente somos —como
homosexuales, o partícipes del sector del arcoíris—, los que más agredimos a la
misma gente que se identifica plenamente (o en secreto) del sector LGBTI (y sus
demás letras que no estoy seguro como van pero resumiré en LGBTI). Es una
realidad la cual no necesito ir tan lejos, para poder obtener información de
odio y de discriminación entre la misma gente: redes sociales. De manera
implícita, o bajo ciertos comentarios, tendemos a la crítica que casi nunca es
constructiva, sino hiriente u ofensiva en la medida que gestamos odio e
indiferencia desde nuestras posturas, que a veces parecen ser las más cómodas y
verídicas, pero que sin querer, agreden otras que también son válidas, o al
menos, respetables.
La película The Normal Heart habla de una lucha desde muchos contextos, sin
embargo, hay una en particular que es por la visibilización —casi explícita— de
una comunidad, luchando por los derechos a la libre expresión y a la aceptación
que le corresponden a la gente gay: el
tema data de los años ochenta, en pleno auge de la euforia por la libertad
sexual y que a su vez se empaña con todo el tema del surgimiento del SIDA y de
las múltiples muertes que se presentan en ese entonces. Sin embargo, una lucha
de derechos se transforma en una lucha por la vida dado que una rara enfermedad
está matando a la mayoría de hombres que son gays o tienen relaciones sexuales con otros hombres, y eso pone en
jaque todo un movimiento político que pretende defender a los homosexuales por
encima de su promiscuidad evidente y su irreverencia social.
Ya casi serán cuarenta años de
una lucha política y social visible que tiene como objetivo el abolir y de dar
igualdad a todas las personas que se identifican plenamente entre el sector
LGBTI, y sin embargo, todavía existe mucho desconocimiento y violencia contra
aquellos que se manifiestan abiertamente a la sociedad, incluso, todavía
existen países donde el tema es condenable a muerte. Sin ir tan lejos, en un
país donde sigue la lucha por reconocer algunos derechos que si tienen las
personas heterosexuales, todavía sentimos la fobia y el odio entre nosotros:
¿acaso cuarenta años no son suficientes para aprender que deberíamos ir juntos
a una lucha común y es la de hacernos respetar, y no la de irrespetarnos entre
nosotros? Tristemente parece que no fuese así.
La verdad va más allá de la homofobia, sino la del respeto por cualquier persona.
Casi que podría ver la película y
se siente que las escenas se pueden ajustar a un contexto actual y que el tema
es recurrente: somos ignorantes con nuestra sexualidad y los cuidados que le
merecen. Ya sabemos con certeza lo que esta rara
enfermedad nos causa, y aun así, el frenesí del sexo sigue en pie y pocos son
los que realmente miden las verdaderas consecuencias de resultar contagiados simplemente
por no tener un cuidado mínimo: las cifras actuales de contagio siguen siendo
alarmantes, pese a que los métodos para prevenirla también son bastantes
sencillos de usar. De momento, el mejor método para evitar cualquier tipo de ETS
(Enfermedad de Transmisión Sexual) debería llamarse educación sexual y
autoestima, porque los condones son fáciles de conseguir. Y si, el tema es
concerniente porque querernos y demostrar responsabilidad sobre nuestros
cuerpos también es una forma de visibilizar que somos responsables y que
podemos amar si nos amamos a nosotros mismos y a nuestros compañeros sexuales.
En un día como hoy, bajo el marco
de esta celebración internacional, viendo como muchos publican —me incluyo ahí—
comentarios sobre la discriminación, colocando banderas de colores por doquier
en nuestras redes y apoyando una idea general, pensaba que no debería ser el
único día que pensemos realmente qué hacemos como personas para hacer que
nuestros derechos y que la homofobia en sí, no exista, y que apoye la idea de
un colectivo mayor, quizá el de todos los que celebran también esta fecha, que
es la de no apoyar cualquier tipo de rechazo. Tal vez luchamos socialmente por
algo que ni nosotros mismos aprendemos a valorar, porque estamos exigiendo
respeto de los demás, pero incluso ni nos respetamos como personas y mucho
menos respetamos a los demás. ¿Será que la lucha que pretendemos dar es
consecuente con los actos que nos preceden entre el mismo movimiento, y
hablando como hombre homosexual, del movimiento gay?
Antes de pensar en tratar de
ganarnos el respeto de los demás, miremos si somos capaces de respetar al resto
de personas que nos rodean, que emitamos críticas constructivas que den pie a la
construcción de una mejor sociedad, que nuestros actos como seres humanos nos definan
más que un simple gusto sexual o nuestra apariencia física, que nuestro odio
sea únicamente contra el odio en sí, y no contra nuestros semejantes, que la
tolerancia y el respeto a la diversidad no sea un tema únicamente aplicable a
nuestra orientación sexual, sino desde todas las perspectivas posibles; políticas,
sociales, religiosas, educativas, entre otras: seguramente cuando seamos
capaces de ser mejores personas y no mejores gays —qué es lo que la mayoría cree que es la lucha principal—, sin
duda, sí podremos exigir el respeto por ser iguales a los demás, incluso
mejores si es necesario, porque demostramos y respetamos lo diferente.
Obvio que es un mensaje que
también se debe aplicar a los que se consideran fuera del círculo LGBTI: personas
y familias heterosexuales, pero como dudo mucho que esta entrada la pueda leer
alguno de ellos, el mensaje va para ti, compañero diverso, a que reflexiones realmente
sobre este día y sobre el paso que debemos dar también nosotros para hacer
válido el tema contra el rechazo y la discriminación de nuestros semejantes.
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